Algo que no pasó inadvertido para nadie, en el primer año de gobierno de Sebastián Piñera, fue el uso de las chaquetas rojas con que se presentó el presidente y su equipo de trabajo. Se habló mucho de la falta de formalidad pero poco de estrategia comunicacional. Como en las técnicas militares la estrategia se desarrolla sobre un campo de guerra, una estrategia comunicacional supone un campo simbólico de acción, determinados medios, y determinados fines. Se trata de procedimientos precisos elaborados por la elite intelectual cuyos efectos recaen sobre la construcción misma de la identidad. Tal vez la audacia comunicacional del presidente tenga implicancias simbólicas que aún no han podido ser evaluadas.

El hecho es muy simple, muy concreto: el presidente usa una chaqueta roja. El significado, sin embargo, de dicho significante, pareciera dispersarse. El contexto social en que Sebastián Piñera asumió el poder era desolador. Un terremoto devastador azotó a varias regiones del país. Muy pronto comenzaron campañas de ayuda donde podía leerse el slogan “ponte la camiseta por Chile”. Este “ponerse la camiseta” es muy significativo en términos argumentativos, es una invitación a formar parte de un equipo y tomar la identidad de éste como propia, significa “identifícate y trabaja para tu equipo”. Pero el contexto nacional no era sólamente de pesar; sino también, paradójicamente, de festejo. La selección chilena de futbol, que como es bien sabido usa una camiseta de color rojo, participaba en el mundial de futbol con buenas posibilidades y tras hacer una notable campaña que movió al país entero a un estado de entusiasmo. El contexto era propicio para usar una chaqueta de color rojo. Se sumaba así el gobierno, de inmediato, al éxtasis  colectivo de un país que vivía euforia y dolor.

La posterior tragedia que vivieron los 33 mineros de la mina San José fue el contexto preciso para reforzar aquel compromiso pactado simbólicamente con una chaqueta roja. Sin duda el rescate de los mineros fue meritorio, y la hazaña fue presentada épicamente, como si fuera ésta una gesta nacional. La misión había sido cumplida con éxito. Las chaquetas rojas se presentaban como un equipo cohesionado, eficaz, y con la particular capacidad de movilizar y sensibilizar a todo el país. Los símbolos cumplían así una labor por sí mismos. Las chaquetas rojas, en todo aquel clima de desolación, desastre y euforia deportiva, cobraban una significación de trabajo, esfuerzo y unidad.

Pero algo más pasaba inadvertido, de contrabando. El presidente y sus ministros no son deportistas, son políticos, y en política los colores tienen tradición y significado. El color rojo se usa, en nuestro contexto social, incluso para calificar ideas: éste tiene “ideas rojas”, calificando así una postura abiertamente socialista o comunista. La unión del color rojo con la izquierda política era un pacto simbólico que hasta en los años más duros de persecución y exterminio de la izquierda se mantuvo intacto, ni la violencia lo pudo separar. Ahora el presidente aparece vistiendo una chaqueta de color rojo. Se podría decir que ha osado tomar para sí, aprovechando la circunstancia, el color de sus adversarios políticos; o también, que ha intentado quitarle al color rojo su significado político. El acto mismo pareciera mostrar que ningún fantasma está rondando en Chile. El hecho o bien puede ser una hábil maniobra comunicacional o un feliz acierto inesperado.

Borrar tradiciones, resignificar, construir y destruir identidades, son procesos complejos que difícilmente se logran sin ciertas estrategias ideológico-comunicacionales. Lo que parece claro es que el campo comunicativo de la lucha ideológica es amplio, va más allá de las ideas y los discursos; abarca también una serie de minúsculos hechos que buscan posicionar nuevos significados y desplazar otros: el color rojo, una estrofa del himno nacional, los íconos religiosos, los ídolos deportivos. Es evidente que la retórica política no se hace tan sólo con ideas y palabras, sino también, con simbologías que afectan los sentimientos de la comunidad, y quien mejor sepa tomar parte en la lucha de los signos, sabrá también ganarse el corazón de la gente.